miércoles, 4 de octubre de 2017

Parajes

Cuando ella llegó por primera vez allí,
disfrutaba al máximo del dulce tacto
de la verde y mullida hierba bajo sus desnudos pies
que recorrían exultantes
aquél recién descubierto paraíso.
De pronto, una montaña dantesca
se alzó abruptamente en mitad del idílico paisaje.
Y tuvo que estarse muy, muy quieta un tiempo
para lograr despistar a una muerte
que, habiéndole arrancado ya la mitad de sus preciadas entrañas,
rondaba a la otra parte que le quedaba:
una Vega diminuta, de puro frágil casi transparente
que, sin embargo y contra todo pronóstico,
fue creciendo fuerte
frente a la muerte
que se alejó, porque nada pudo.

Ella iba y venía cada día por caminos
estrechos y empinados, con la dulcísma
Vega siempre en mente, hasta que se le permitió regresar
a casa con ella en su regazo.
Pero, una vez a salvo,
le aguardaba el interminable tránsito por los inhóspitos y afilados riscos de las pérdidas.
Unos endurecidos pies cobijados ahora
en un calzado, serían los encargados
de seguir pisando aquella montaña del duelo sin descanso.
Que ella solía recorrer concienzudamente
de arriba abajo,
de lado a lado, en círculos
ya fuera de día o de noche, ya hiciera frío o calor.
Porque hubo aún otro trayecto tan doloroso si cabe como aquél
anterior, que devolvió su cuerpo de nuevo a un estado puro de penumbra por semejante vacío,
sobre unos pies cargados
de impotencia.
Busquemos en otros caladeros
no tan profundos ni lejanos;
hallaremos fondos azules y límpidos;
nos sorprenderá la brisa
y, en el momento menos pensado,
recobraremos de nuevo la sonrisa.
 

(DEDICADO a Mar F.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario