lunes, 23 de noviembre de 2015

Cara de pocos amigos

Me quedo un instante mirando
fijamente a un bóxer tranquilo que pasa a mi lado
con su dueño.
Escapa a mi vista
y se proyecta en mi mente
la imagen fugaz
de aquél otro bóxer de mi infancia:
tenía cara de pocos amigos -llena de babas-
y ladraba hoscamente
asomando el hocico entre los barrotes de una verja,
delante de la que yo tenía que
pasar -sí o sí-
cada mañana para ir al colegio.
Y me daba un miedo...
Yo tenía 5 años
y llevaba una cartera gruesa extrarígida en cuero marrón chocolate
-que abultaba más que yo-.
Como no era consciente del lugar exacto
en que habrían de sorprenderme los ladridos,
siempre me sobrecogía de susto y daba un grito con salto.
Al cabo de un tiempo de sobresaltos traté de memorizar el lugar
exacto y cuando me iba acercando
a él, dejaba una gran panza de espacio
con respecto a la verja
que no me libraba del contacto auditivo con los ladridos
pero evitaba mi grito con salto...


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