De entre las cosas que mi nonagenaria abuela
materna aun no ha olvidado,
es que cuando cocinaba, solía echar un chorrito de agua
a las patatas, -directamente en la sartén-
para que estuvieran "ternicas".
Y recuerdo que mi difunta abuela paterna ponía
las patatas en agua con sal casi dos horas antes de freírlas
para que soltaran el almidón y estuvieran crujientes.
Mujeres de su época
a las que solo vi temblar
cuando tenían que poner los pies
sobre el abominable mecanismo
de unas escaleras mecánicas.
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