Me entretenía sobremanera
contemplar
-desde la amplia cama-
el cielo azul
de domingo.
Durante un buen rato, iba desentrañando,
con paciencia -y mucha vista-,
las informes madejas blancas allí prendidas.
Madejas,
que, de cuando en cuando atravesaba
una fugaz esquirla
con el lomo dorado
por encargo de un sol aún altivo, y de tiros largos.
Y en ocasiones,
una ráfaga de viento las retira
cual cortina
despejando de lado a lado el marco de la ventana.
Atrás quedan las madejas dispersas
como deshilachados
sueños de juventud...
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