En medio del vagón de la línea 6 de Metro
un indigente de mediana edad
-avejentado-
se expone a los viajeros.
Saca de su gabán una flauta escolar
y explica que pertenece a su hija Sara.
Entre dientes se lamenta de la flauta travesera
que tuvo que vender.
Sus negros dedos mugrientos
contrastan con el marfil del instrumento
y le arrancan con firmeza una pieza:
El sol naciente.
Y lo hace con un sentimiento tal, que conmueve.
Abro mi monedero.
No pretendo saber la verdad,
no sé si luego lo gastará en droga o vino.
Entonces pido solo caridad para lo que veo
y fe para lo que no veo.
La limosna dada
ya no me pertenece,
que sea, pues gastada
en fines no calculados.
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