Mañana de viento.
Un bote de bebida isotónica
desciende a paso ligero
por los espaciados peldaños
de la costanilla de San Andrés.
Las rachas lo impulsan
a precipitarse
con la parsimonia propia de sus tacones huecos,
que retumban desacompasados
compitiendo
con las campanadas que en la iglesia
dan las 9:00
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