En este mercado único continuo de terribles dosis de realidad,
la felicidad parece no pertenecerle a nadie:
se pierde o se da a la fuga con mayor facilidad
de lo que costó ganarla o atraparla.
En cuanto a mí,
yo no soy más que un modesto país pequeño productor.
Genero la felicidad que voy a consumir en el momento.
Más que comprarla me dedico a producirla:
-el resultado es un producto barato, de mayor calidad pero enormemente perecedero-.
Mi economía doméstica trata de nodejarse llevar
por aquella felicidad llegada de manos de la inmediatez,
porque seguro que luego
tocará devolverla a plazos.
Del mismo modo intento
no cultivar yo misma ni cosechar de otros
más tristeza
de la que mi finito territorio está en condiciones de asimilar:
El autoconsumo de este producto es peligroso.
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