Mientras esperamos el tren
sentados sobre un banco en medio de la apacible y fría mañana,
rezumo felicidad.
Con los ojos entornados y mi cabeza apoyada en tu hombro,
solo tengo como tarea disfrutar del momento a tu lado
con cada inspirar
lento y profundo.
Y noto que en el tranquilo ritmo
a veces se cuela una incómoda expiración
que lleva
sapos y alguna culebra
de épocas pasadas.
Pero ya no me produce el menor espanto.
Simplemente dejo que salga y la veo alejarse
seguida de su cortejo de bichos -saltando y arrastrándose-
buscando ponerse a cobijo
en otro pecho
-que le haga caso-.
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